jueves, 6 de mayo de 2010

El atroz encanto de las bromas pesadas



La idea era simple: se les haría creer a los humildes habitantes de la isla de Apipé, en Corrientes, que un empresario canadiense (personificado por Matías Alé) había comprado las tierras que habitaban y que, por ello, tendrían que abandonarlas en no más de una semana. Pero lo que desde la producción de Marcelo Tinelli llamaron una “acción solidaria” (ya que a los habitantes finalmente se les construiría un puerto y se les daría una lancha) terminó siendo una tragedia para los descendientes guaraníes de Apipé, que sin acceso a la TV, sufrieron durante días la broma del equipo de Showmatch e hicieron llegar su preocupación hasta las más altas autoridades provinciales.

De mayor o menor tenor, las bromas pesadas forman parte de los programas con más rating de la televisión. Sin embargo, no son exclusivamente creaciones mediáticas, sino que forman parte de la vida cotidiana de todos los seres humanos, desde hace años. De hecho, apunta Ezequiel Gleichgerrcht, investigador en neurociencias cognitivas del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), el estudio acerca de las bromas y el rol social del humor data desde el siglo XVIII; entonces Kant ya analizaba aspectos del humor en la sociedad.



Más recientemente, las neurociencias cognitivas se esforzaron en entender estos fenómenos, aunque aún no se ha logrado disecar distintos tipos de bromas para comprender exactamente cuáles son los procesos cognitivos que subyacen a las bromas pesadas.

“Es importante entender que hay bromas pesadas que no tienen resultados dañinos, mientras que otras pueden tener como verdadero objetivo un impacto perjudicial en la víctima”, aclara Gleichgerrcht. “Preliminarmente, se cree que cuando la broma pesada tiene un objetivo dañino más que humorístico, se pondrían en juego procesos cognitivos asociados con el interés por humillar al otro. Por ello, para entender por qué la gente disfruta hacer bromas pesadas debemos pensar en algunas variables del campo de la cognición social como la empatía (la capacidad de ponerse en el lugar del otro), el juzgamiento moral, y la teoría de la mente (la capacidad de inferir los pensamientos o sentimientos de los demás), pero aún faltan muchos estudios para entender sus bases neurales y psicológicas”, detalla el investigador.

En Hispanoamérica y en España es costumbre realizar bromas de toda índole el Día de los Santos Inocentes (el 28 de diciembre), fecha en la que se conmemora un episodio histórico del cristianismo: la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret. Pero una tradición similar existe en países como Francia, Italia y Estados Unidos, en estos casos, el 1 de abril.

Día a día, no obstante, en la radio, en la Web y en la TV hay cientos de ejemplos de programas que basaron su éxito en las bromas pesadas, ya sea mediante cámaras ocultas o grandes puestas en escena. En la Argentina, el de Tinelli es uno de los ejemplos más populares, mientras que en el exterior se destacaron programas como Punk’d, conducido por el joven actor Ashton Kutcher y Jackass (que luego tuvo su versión para cine), ambos de la MTV.

Tampoco el cine escapó a la costumbre de engañar al otro para reírse de él. Películas como El juego se ocuparon del tema.

“El límite de una broma pesada es burlarse de una desgracia en la cara del desgraciado. Pero lo decimos y nos reímos… es gracioso”, dice Sebastián Wainraich, humorista y conductor de TVR. El Dr. Tangalanga, un ícono del humor nacional (con 93 años, aún en actividad), dice que hasta sus clásicos llamados telefónicos tienen un límite ético. “Cuando estoy en el teatro, siempre me acercan números de celular de algún hombre infiel o de algún cagador para que lo llame -asegura-. Pero yo elijo no hacerlo, aunque alguno se lo ha merecido realmente y ha recibido mi llamado”.



Ignacio Boccardo (de 34 años) cuenta que de chico, en el colegio, solía hacer bromas pesadas con la complicidad de otro íntimo amigo. “A un compañero le mandábamos todo el tiempo remises a su casa, tanto, que al final todas las remiserías del barrio nos conocían y nos odiaban. A ese mismo, llegamos a mandarle una corona fúnebre y un día hicimos que una granja llegara a su casa con dos chanchos, verduras y miles de cosas más. Nosotros, mientras, nos escondíamos para ver su reacción”, recuerda. Sin embargo, reconoce que hoy se arrepiente un poco de sus maldades. “Se lo cuento a todo el mundo y no lo puedo creer. En el momento no me daba cuenta de la maldad, me divertía”.

Suele asociarse el fenómeno de las bromas pesadas a la adolescencia, o situaciones de grupo, como despedidas de soltero o vestuarios pos partidos de rugby y fútbol. Pero, afirma Gleichgerrcht, no hay reportes sobre mayor propensión a hacer bromas pesadas en ciertos grupos etáreos o por afinidad, sino que es probable que se vean más frecuentemente en contextos sociales donde serán menos castigadas.

Ahora, ¿qué pasa con las víctimas de las bromas? Todo depende del resultado del chiste. Si es negativo, aclara Gleichgerrcht, suele sentir un abanico de sentimientos que incluyen desde el enojo hasta el auto-flagelo. Mientras que si una broma pesada termina generando una situación de risas para todos los involucrados terminará teniendo un efecto de fortalecimiento de los lazos sociales. Claro que, de ante mano, es difícil predecir el final de una broma. No más basta con constatar la realidad.


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